¿Café? ¿Coffee? ¿Caffè? Sea cual sea el idioma en que se pida, ¡inspira un aroma!
Escrito por Movida Hispana el 8 mayo, 2023
Si plasmásemos todos los relatos imaginativos que se han esparcido por el mundo acerca de la historia del café y cómo se extendió su cultivo y consumo, en vez de ofrecer al espléndido lector de Movida Hispana un pequeño artículo al respecto, estaríamos ofreciendo sin lugar a dudas una extensa tesis de doctorado, ya que el café ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, y es mucho —y por demás fascinante— lo que se ha escrito.
Sin embargo, considerando a aquellos lectores que no han tenido acceso a conocer la historia acerca de cómo se originó el café, podríamos dedicarles unos minutos y pasearnos brevemente por esos pasillos y conectar un lugar con otro mencionando aspectos maravillosos de esa bebida aromática e infaltable. En este sentido, haremos referencia breve a la versión más plausible sobre su origen, para lo cual no podemos dejar de mencionar al botánico alemán Leonhard Rauwolf, quien describió teóricamente el café por primera vez en uno de sus libros en 1583. Pero no es sino un siglo después, a finales del XVII, cuando aparece escrita la historia de un criador de cabras etíope del siglo IX, en la que al pastor le asombró el animado comportamiento que tenían las cabras después de haber mascado frutos rojos (granos de café), y se dice que el personaje bajo cita llevó unas muestras de esas hojas y de esos frutos rojos al monasterio donde habitaba. Allí los cocinaron y, luego al ser probada dicha bebida, la encontraron de tan mal sabor que arrojaron a la hoguera lo que quedaba en el recipiente, pero en la medida en que esos granos se quemaban despedían un aroma tan agradable que, a partir de ese hecho, uno de los monjes propuso la idea de preparar la bebida a base de granos tostados.
Desde entonces, su consumo se fue extendiendo poco a poco: de Etiopía trascendió a países árabes y de allí a Europa y luego al resto del mundo. Y es en la fascinante Italia, específicamente en la plaza San Marcos de la ciudad de Venecia, en el año 1720, donde se inaugura el primer establecimiento vendedor de café llamado Caffé Florian, el cual se mantiene abierto al público y es visitado por millones de turistas anualmente. No hay que olvidar tampoco que fueron los italianos quienes a lo largo de los años inventaron diferentes máquinas de café que se constituyen como grandes legados al consumo del producto hoy en día. Y así como estos datos, surgen otros tantos como por ejemplo el de Melitta Benz, madre y ama de casa alemana, quien a principio del siglo XX también tuvo una idea maravillosa. Cada vez que Melitta tomaba esos deliciosos granos tostados, siempre le molestaban los irritantes sedimentos entre sus dientes, hasta que un día tomó espontáneamente el papel secante de los cuadernos de sus hijos, lo colocó en una lata perforada y sirvió café, y de esa manera nació el filtro de café, que fue patentizado por ella misma en 1908 cuando tenía sólo 35 años. Y son esos estupendos datos históricos los que nos muestran que el aroma del café ha permanecido a través de los siglos y ha trascendido nuestros sentidos.
¡Así, tal cual!: trascendido nuestros sentidos, porque no solo dormir, comer, hacer el amor, bailar, leer, escribir, viajar, tomar vino, son experiencias sensoriales extraordinarias, sino también disfrutar de una buena taza de café. Y si bien es cierto que para algunos una taza de café es simplemente una bebida no primaria u opcional, para otros es un vicio, una pasión, un arte, una forma de vida. Y es desde ese ángulo que coquetearemos con tan fascinante tema.
Así como nos preguntamos cuando libamos una copa de vino de dónde procederá la uva, en cuál viñedo se cultivó, qué tipo de cosecha es, si rueda fuerte y aterciopelado por la lengua, etc., también detrás de una taza de café se erige un mundo interesantísimo. Por ejemplo, si pusiésemos a trabajar la imaginación y nos trasladásemos a París, ciudad con tantos cafés hermosos y famosos, y observásemos que en Notre Dame Café dos personas sorben un café mientras dialogan sentados plácidamente sobre alguna filosofía; y al mismo tiempo vemos en algún pueblito latinoamericano a gente que toma su con leche oscuro y prende el horno bien temprano para hacer pan; o en determinada ciudad vemos al médico que antes de entrar a su quirófano o pasar su consulta toma su espresso o americano; o vemos a un ciudadano de Italia que le encanta salir de su casa en busca de un café porque es una forma de socializar, porque el café les recuerda el sentido de convivencia y familia que se encuentran en los valores fundacionales de la cultura italiana; o vemos a cualquier ciudadano europeo para el cual el café es un pretexto para reunirse con amigos, charlar, estar en compañía y compartir una parte de la jornada; o vemos a un ciudadano de San Antonio, Texas, que después de un paseo por el río San Antonio va en busca de un cafecito; o simplemente vemos a un turista disfrutar de un café en cualquier parte del mundo, bien sea sentado o parado, pero con la convicción del deleite. Es decir, sea cual sea la forma en la que imaginemos la cultura del café que el mundo alberga, siempre y sin excepción va a existir un universo inmenso respaldando esa deliciosa taza, universo que es intangible pero que existe.
Elementos como el clima y la altura tienen un impacto directo en el tamaño, forma y sabor del café que vamos a consumir; asimismo, el origen de los granos nos darán pistas importantes acerca de si son de calidad o no, y para ello basta saber cuáles son los mejores países productores. Por ejemplo, los cafés de origen de países latinoamericanos como Guatemala, Costa Rica, Colombia y Brasil —el mayor productor del planeta— tienen un sabor único por sus notas frutales y son de los más queridos en el mundo, a la par del lujoso café panameño geisha, catalogado como el número uno actualmente. Lo mismo podemos decir del café de naciones africanas como Kenia y Etiopía, no solo por ser su cuna, sino por ser sereno para la importación y fuerte y amargo a lo interno. Si nos trasladamos a Asia, encontramos que los granos del café de origen de Indonesia provienen de las heces de civetas; se dice que su sabor es delicioso y se ubica entre uno de los más caros del globo.
En el mismo orden de ideas, no podemos dejar de mencionar la importancia que tiene el café en la economía mundial, ya que es uno de los productos primarios más valiosos, segundo en valor después del petróleo, debido a que su cultivo, procesamiento, transporte, comercialización y consumo proporcionan empleo a millones de personas a nivel global, sumándose cada vez más al mercado muchas novedades, entre ellas el barismo —arte de la preparación del café—, donde baristas fluyen por doquier haciendo obras maestras de la bebida con sus cafeteras de filtro, cafeteras italianas, máquinas espressos, prensas francesas, etc.
En fin, nos perdemos por estos fascinantes pasillos y nos transcurre el tiempo entre letras que saben a café con aroma de: ¡qué sabroso! Ese aroma que magistralmente nos mostró en la década de los 90 Guy Ecker y Margarita Rosa de Francisco en aquella maravillosa telenovela Café, con aroma de mujer, la cual se desarrolló en el corazón de las plantaciones cafeteras colombianas y en la que brindaron una vista panorámica y auténtica de la cultura de los recolectores de café.
Asimismo, nos viene a la mente aquel hermoso verso del poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade “En el mar estaba escrita una ciudad”, verso que se lee en el bronce de su escultura en Copacabana, Río de Janeiro, en donde aparece con la mirada puesta hacia la ciudad que conjuga armoniosamente la mano del hombre con la naturaleza; entonces, muy respetuosamente, tomamos prestada una línea de dicho poema y decimos: “En el café estaba escrito un placer”, sencillamente porque la vida funciona a base de risas, amor y mucho café…
Finalmente, si este artículo después de ser leído invita o no al lector a ir por un café, de igual forma nos sentiremos complacidos. Lo importante es habernos paseado un poco más por ese mundo mágico. Bien sea que nuestra vida sea una constante ajetreada rutina laboral o una tormenta de pijamas o un cataclismo de living room, o una constante reunión de amigos, o un stop en la carretera en un Bonjour Café, o una experimentada y preciosa tercera edad que cuela cafecito en la mañana, o sencillamente, como dice el cantante guatemalteco Ricardo Arjona en su preciosísima canción: “Solo quería un café con poca azúcar, quizás un croissant, no iba por la tertulia o el flirteo, solo quería un café… Juro por mí que solo fui por un café, pero te vi”, es decir, ir simplemente por un café y terminar enamorados, bien sea de alguien o de la Vida; desde Movida Hispana le rendimos honor a ese símbolo social que, además de sabroso, es mágico. “Einen Kaffee, bitte”, “A coffee, please”, “Un caffè, per favore”, “Un café, por favor”.